domingo, 20 de mayo de 2007

EPISTEMOLOGÍA Y PRÁCTICAS DEL CONOCIMIENTO

La epistemología de la mano de la extraordinaria transformación del mundo moderno nos lleva a una encrucijada compleja en torno al conocimiento y la ciencia, la teoría y la práctica; observadas desde los puntos de vista que nos puedan llevar a un conocimiento concreto.

Las crisis que se producen en los diversos aspectos de la vida social representan el mayor desafío para una racionalidad que busca liberarse de la trama excluyente del logos científico – tecnológico hacia el nuevo posicionamiento del ser humano frente a la vida, tomando en consideración la relación entre la teoría y la praxis en pos del conocimiento científico.
Vale la pena destacar que el conocimiento puede volverse sobre sí mismo para vigilarse, corregirse e incluir la intervención práctica buscando la teoría en acción epistemológica que se valoriza en su propio devenir.

Se provoca la emergencia de las ciencias en la segunda década del siglo XX a través de un punto crucial en la racionalidad occidental bajo la figura del logos científico – tecnológico. De esta manera se introduce en la filosofía un nuevo objeto sobre el cual especular no sólo por los acontecimientos del mundo real o ideal, sino también en la ciencia entendida como resultado y expresada en el texto de la teoría de sus enunciados y conceptos científicos.
El objeto es delimitado por los contextos de descubrimiento y justificación. Se analiza y aborda desde un punto de vista lógico, excluyendo los interrogantes referentes a procesos sociales, culturales e individuales que al mismo tiempo podría arrojar luces sobre la procedencia histórica del conocimiento científico.

La producción del conocimiento científico procede de los procesos sociales, culturales e individuales; destacando que los filósofos empiristas y positivistas al igual que las nuevas lógicas fueron un instrumento importante de la nueva teoría de la ciencia.
La búsqueda del conocimiento filosófico hizo que no existiera ciencia filosófica de la realidad, sino investigaciones filosóficas de las teorías lógicas, donde se afirmaba la idea de la neutralidad valorativa de la ciencia y la filosofía que se ocupaba de ella; eliminando elementos subjetivos, políticos, éticos, sociales e ideológicos que ayudarían a conformar el carácter del ser humano en su confrontación del bien y el mal en aras del conocimiento científico.
En el siglo XX la ciencia fue representada únicamente por la cultura y ésta produjo una serie de efectos en la comunicación y circulación de los conocimientos en su valoración social, es por esto que no podemos dejar de mencionar los aportes de Aristóteles un siglo atrás, quien introduce en la relación teoría – práctica la dimensión de la ética a través de la frónesis como condición del conocimiento verdadero, que no es más aquel conocimiento que es transmisible y enseñado por un sophos, el que sabe algo en forma plena y por ello, es capaz de producir una enseñanza rectora, es decir filosófica.

Por su parte Marx en el siglo XIX fundó una tradición que llega hasta nuestros días cuando expresó que la filosofía habría intentado hasta ese momento comprender el mundo y que se trataba ahora de transformarlo, sustentado en la teoría que es imposible pensar en un conocimiento verdadero pero injusto, cuando de lo que se trata es de transformar el mundo eliminando las injusticias, las desigualdades y exclusiones a las cuales ha conducido la historia de la humanidad.

En esta misma línea Folcaut y Deleze se atrevieron a pensar lo inédito incorporando las ideas de lucha y de poder para explicar cómo es posible pasar de las ideas a la acción y de la acción a las ideas. La teoría es así una caja de herramientas que es preciso que funciones, que se use para hacer algo, de lo contrario no sirve para nada o es que no se han dado las condiciones para ser usada. Teoría y práctica devienen puntos estratégicos que remiten el uno al otro en un relevo creador permanente a un poder hacer que introduce el acontecimiento, es decir, lo nuevo en el horizonte del mundo humano.

En todo este discernir sobre epistemología y las prácticas del conocimiento no debemos dejar de señalar la importancia de los aportes realizados por T. Kunth hacia la década de los sesenta, quien introdujo en la problemática epistemológica la historia de las ideas científicas, en la perspectiva propuesta por Coiné y por E. Meyerson, H. Metzger y A. Maier; trayendo de nuevo a la epistemología lo excluido por la ortodoxia y dándole paso a los procesos y condiciones de posibilidad que permitieran explicar el fenómeno científico en su situación histórico-social, así como también dar cuenta a la sociedad del efecto producido por los cambios del conocimiento que impactaban más allá del contexto de la teoría, a la sociedad, la cultura, la educación y la visión del mundo.

Si bien es cierto que los llamados nuevos paradigmas, en las últimas décadas del siglo XX, aportaron nuevas visiones críticas respecto de la ciencia y de la sociedad tecnológica derivada de ella, también se puede afirmar que Prigogine y Morín realizaron un diagnóstico minucioso de la cultura científica y de los efectos de las intervenciones realizadas en la naturaleza y en la sociedad a partir de los instrumentos proporcionados pro la tecnociencia.

El redescubrimiento del tiempo de Prigogine implicó la remoción de un concepto que había configurado el pensamiento occidente durante cinco siglos, como lo era la idea del tiempo especializado, matematizado, reversible, cuya creación simbólica fue hallada en la básica de la dinámica clásica. Pariendo de este redescubrimiento del tiempo se plantea luna nueva visión de la ciencia que permita incorporar la complejidad y haría posible la incorporación de otros vínculos con la naturaleza en los términos de una nueva alianza. Esta nueva alianza permitiría al hombre recuperar su condición de sujeto constructor, creador del conocimiento sin excluirse así mismo del conocimiento.

Mientras tanto, Edgar Morín se refiere al portentoso desarrollo de la ciencia como el logro de una inteligencia ciega que ha hecho proliferar los conocimientos sobre el mundo físico, biológico, psicológico, sociológico, siguiendo la tradición empirista y lógica, desconociendo el carácter antropo-social de sus condiciones de producción y el impacto en todas las esferas de la vida humana. Es así que a las luces aportadas por la razón científica les corresponde un cono de sombras que proyecta el error, la ignorancia y la ceguera; produciéndose un uso degradado de la razón que se traduce en las amenazas que surgen del proceso ciego e incontrolado de la ciencia.

Morín planteó que se hace necesaria la reorganización del conocimiento, ya que esos errores, cegueras, ignorancias y peligros tienen un carácter común que resulta de un modo mutilante de organización del conocimiento incapaz de reconocer la complejidad de lo real; es por esto que Morín plantea las bases para la reforma educativa y los saberes fundamentales en que ella debe sustentarse. Estos saberes son presentados como necesarios para situar la condición humana en relación a problemas centrales que han permanecido ignorados por el conocimiento en todas las escalas; por lo que los siete saberes necesarios para la educación se fundamentan en pensamiento complejo y promueven la reforma de la educación sobre estos fundamentos en función de la superación de los paradigmas que han regido en la organización de la educación en todos los niveles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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